02 abril 2006

SOBRE LAS PINTURAS DE PITIQUITO

El viernes pasado me toco estar presente en una ponencia interesantisima sobre las pinturas del templo de San Diego de Pitiquito, este trabajo fue elaborado por Abby una muy buena compañera, que conocí cuando ella y sus compañeras (Raquel Padilla, Ana Luz, y...) estaban elaborando el catalogo de bienes muebles de este hermoso templo. Yo estaba recien llegado de Fronteras donde andaba asesorando un importante trabajo arquitectónico en Cuquiarachi, Son. jajaja. Si lo leen espero que lo disfruten. Este es solo parte de la ponecia... lo demás se los enseño cuando vengan a visitarme. Abby no te avisé que lo iba a poner si hay algun problema hazmelo saber...
Mensajes entre muros.

“Análisis descriptivo de la pintura mural en el templo de San Diego de Alcalá en Pitiquito, Sonora”

Abby Valenzuela Rivera[1]

Introducción.

En el noroeste de México contamos con una gran cantidad de sitios misionales, herencia de la lucha por evangelizar a las comunidades indígenas de la región. Una de las cadenas de misiones es la de la Pimería Alta, fundada por los jesuitas y enriquecida arquitectónicamente por los franciscanos. La arquitectura de estas misiones tiene ciertas características que las distinguen de las otras cadenas de misiones en el estado de Sonora[2], pero que a su vez las unifican y les da un estilo propio, el uso de plantas arquitectónicas con cruceros, bóvedas o cúpulas en techumbres, la utilización del cañón corrido en algunas, en lugar de la techumbre plana a base de vigas de madera, la influencia mediterránea en sus formas es un rasgo característico de estos templos. En total, en la Pimería Alta se fundaron 24 misiones por el jesuita Eusebio Francisco Kino y después de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, la orden de los hermanos menores de San Francisco se encargó de continuar con la misión evangelizadora es por eso que en varias de las misiones encontramos el templo franciscano sobre el templo jesuita. Algunos de los templos que están actualmente de pie en la Pimería Alta y los cuales conocemos fueron construidos bajo el mandato franciscano.

Dentro de algunos templos de la Pimería Alta podemos apreciar el uso de la pintura mural en la decoración interior, aunque en la mayoría de las misiones tales trabajos se han perdido a través de los años. En nuestros días es difícil imaginar que estas majestuosas iglesias blancas algún día estuvieron llenas de color y de mensajes entre muros. Gracias a oportunas intervenciones en algunos templos y a la curiosidad de los visitantes en otros, en la actualidad tenemos como ejemplo de ese esplendor los templos de Nuestra Señora de la Purísima Concepción en Caborca, San Pedro y San Pablo en Tubutama, Nuestra Señora del Pilar y Santiago de Cocóspera,[3] San Ignacio de Caborica,[4]San Diego de Alcalá en Pitiquito, San Xavier del Bac y el de San José de Tumacácori, de los cuales los últimos dos se encuentran en el ahora vecino estado de Arizona en Estados Unidos, estas iglesias son testimonio edificado de la evangelización.

Antecedentes

Son varias las construcciones bajo la tutela franciscana, de las cuales la mayoría permanecen en pie; además de la sencilla majestuosidad que poseen, algunas de ellas arropan elementos que sin comprenderse del todo siguen siendo misterio y fuente de curiosidad para sus visitantes; movidos por este deseo de tener una visión clara de estos elementos a continuación hablaremos en particular del templo de San Diego de Alcalá ubicado en el poblado de Pitiquito, Sonora. Son sus pinturas las que nos interesan y son sus mensajes entre muros, como lo sugiere el titulo de este trabajo, los que nos inquieren a su búsqueda. Ésta se enmarca en la falta de una lectura integral del conjunto de dichas pinturas murales que se encuentran dentro de la iglesia. Es importante resaltar que no se puede tomar de manera aislada el posible significado bíblico o doctrinal de las imágenes. Es el conjunto de todas ellas, de principio a fin, de un lado a otro lado, el que las revela como un verdadero instrumento de formación doctrinal utilizadas por los misioneros. Estas pinturas después de haber estado cubiertas por capas y capas de pintura en cal, fueron descubiertas en los primeros meses de 1967 (Polzer, 1984) por los feligreses después de haber limpiado las paredes y es increíble pensar que fue un inocente trabajo de limpieza el que nos permite ahora apreciarlas. Tras una restauración en 1980, las pinturas de Pitiquito fueron expuestas y hasta la fecha causan admiración. Lo que llama la atención aquí, es cómo nadie recordaba o estaba enterado de que este testimonio de fe se encontraba en los gruesos muros del templo.

Lo más seguro es que estas pinturas sean tan antiguas como la construcción misma de los muros que se engalanan con ellas. Para dar curso a esta intuición y como primer paso para datar la antigüedad de estos templos recurriremos a los reportes escritos por frailes que estuvieron en la región después de la expulsión de los jesuitas. Echaremos mano de una carta escrita por Fray Francisco Antonio Barbastro fechada el 24 de diciembre de 1783, la cual señala:

Desde la entrada de aquellos misioneros en Sonora (1768) Se han fabricado a fundamentis (…) las iglesias de Buenavista, Pitiqui[5], Atti, S. Ignacio y Tubutama, que en día se están haciendo. (…) Se han desterrado de esta Pimería alta las casas pajizas, de modo que los indios viven con decencia en casas de adobe, y sus pueblos se ven con cerco de pared, en donde se ha reconocido lo necesario” (Gómez Canedo pp. 31)[6]

Es así como podemos decir que estos muros han estado de pie por casi 300 años, a su vez para inferir de lo anterior, la edad de los murales plasmados en ellos, podemos citar nuevamente a Fr. Francisco Antonio Barbastro donde dice:[7]

En el tiempo que mi Santo Colegio ha gobernado estas Misiones, [hablando de la orden franciscana] han introducido en ellas el uso de la cal y ladrillo que no conocían los indios y han levantado a fundamentis con estos materiales, teniendo en una mano la espada para pelear con el enemigo y en la otra la cuchara, las iglesias de Pitiqui, San Ignacio, Sáric y Tubutama, (…) Se han ilustrado todas (…)

De la anterior anotación, nuestra intuición primera deja ver, que el origen de estas pinturas es franciscano, lo podemos constatar después de revisar estos documentos así como en el momento en que comprendemos que los muros de ahora son posteriores a la expulsión de los jesuitas.

Debemos considerar que el uso de la pintura mural no fue sólo con fines decorativos sino con fines didáctico-pastorales, para la evangelización de los naturales. Los métodos para la evangelización fueron varios; en los templos se utilizó la pintura para registrar ahí una teología y llegar a la generación de conciencia mediante la provocación de sentimientos y convicciones. “Debemos recordar que la catequesis no se dió en una ámbito de dialogo intercultural. Significó la implantación de un modelo ya construido del cristianismo” (Boff; 1990). Al contemplar estas pinturas nos damos cuenta de que siguen provocando sentimientos, aunque a veces no los comprendamos. ¿Fueron estas pinturas hechas para admirarse, para causar deleite o para que a través del santo temor se abrazara la fe? Un ejemplo de esto lo testimonian los jesuitas en Brasil, así “por experiencia vemos que por amor es muy difícil la conversión del indio pero, como es gente servil, por miedo hacen todo”.[8]

El discurso de los muros

…Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el reino. Daniel 5,5

Todos conocemos la frase “las paredes oyen” pero en el caso particular del templo de San Diego de Alcalá, las paredes hablan y como lo dice Claudio Murrieta, párroco del templo de San Diego de Alcalá en Pitiquito, “(…) hoy es necesario educar nuestra mirada, aprender a ver. Saber ver mas allá de lo que aparece a simple vista” (Dicen que las paredes hablan; 2004)

¿Cuál es el mensaje de las pinturas que está en los muros del templo de San Diego de Alcalá? ¿Qué nos quieren decir? ¿Con qué fin fueron plasmadas? Al entrar al monumento y apreciar las pinturas estas preguntas se nos vienen a la cabeza. Es necesario tomarse unos minutos para recorrer la iglesia y contemplar los murales que están tratando de decirnos algo. Es válido aquí mencionar un fragmento de la novela de Umberto Eco, el nombre de la rosa, donde se relata la sensación de un novicio al entrar a una iglesia “Cuando por fin los ojos se habituaron a la penumbra, el mudo discurso de la piedra historiada, accesible como tal, de forma inmediata a la vista y a la fantasía de cualquiera (porque pictora est laicorum literatura), me deslumbró de golpe sumergiéndome en una visión que aún hoy mi lengua apenas logra expresar”. La pintura es la literatura de los legos, como lo menciona Umberto Eco en su novela, entonces, ¿La catequesis de Pitiquito, inculcaba miedo o devoción? El hecho de que, a la fecha estas pinturas sigan causando curiosidad a quien las contempla, es un claro ejemplo de que están cumpliendo con la tarea para la cual fueron creadas.



[1]Investigadora contratada del centro INAH Sonora en el proyecto “Catalogación de bienes muebles en recintos religiosos de propiedad federal en el estado de Sonora”

[2] Se habla de cadenas de misiones, ya que gracias a sus características, fechas de fundación y ordenes fundadoras, las misiones de la Pimería Alta, las del Río San Miguel, las de la Sierra de Sonora y las misiones del sur del estado.

[3] Gracias al proyecto arqueológico valle de Cocóspera se han recuperado acabados con color dentro de este templo.

[4] Recientemente en el mes de enero de 2006 se inicio el proyecto de restauración y mantenimiento del templo de San Ignacio de Loyola y en algunos motivos decorativos se encontró restos de pintura, así como en las columnas que enmarcan la entrada principal.

[5] El subrayado es nuestro.

[6] Lino Gómez Canedo Sonora hacia finales del siglo XVIII. Un informe del misionero franciscano Fray Francisco Antonio Barbastro, con otros documentos complementarios. pp. 31

[7] Lino Gómez Canedo. Op. Cit. Pp 61

[8] Carta dos primeiros jesuitas do Brasil, t. II, Rio de Janeiro, 1938, 27


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