29 marzo 2007
ENCUENTRO CON LOS MÁRTIRES
Viaje rumbo al Salvador
Una noche antes (viernes 23) no podía yo dormir de la emoción que me provocaba el asistir a las celebraciones de los mártires del Salvador (75 mil muertos durante la represión a finales de los años 70’s y durante la década de los 80’s). Hice mi mochila con lo necesario. Y me acosté con el pensamiento y los sentimientos embotados.
A la mañana del 24 la salida fue a las 6:10 a.m. y el camino a la frontera con el Salvador fue de tres horas. En la frontera la revisión de los pasaportes primero para salir de Guatemala y luego para entrar al país vecino fue de una hora más o menos. Ahí me enteré que las personas de países mas pobres y conflictivos tienen restricciones y dificultades, es decir, no tienen garantizado su paso por estas fronteras como es el caso de los que provienen del Perú, de Colombia, de Ecuador. Es la expresión de lo dividido que se encuentran estos países de Centroamérica.
Salimos y a las dos horas (pasadas las 12:00 p.m.) llegamos a la capital San Salvador. En este país se notan las mejoras en su infraestructura carretera, pero su pobreza sigue siendo la misma que en todos lados. La situación de las mayorías sigue estando igual. Su economía está dolarizada y es doloroso utilizar moneda del imperio para pagar todo. Para mi que soy de frontera y que es más regular utilizar los dolares debería ser algo normal, sin embargo en esta ocasión fue algo que me repugnaba dentro de mi. Una moneda que no contenga signos de la propia cultura y que no refleje la identidad: sin su idioma, sin su nombre (Quetzales, Guaraníes, pesos, etc) como lo es en otros paises ¡son chingaderas!
Primer impacto
Al llegar a San Salvador nos dirigimos de inmediato a la Universidad Centroamericana “Simeón Cañas” (UCA) que dirige la Compañía de Jesús desde su fundación. Un centro bien equipado y al mismo tiempo modesto en su estructura exterior. Al bajar del “bus” (así le dicen aquí a los camiones de pasajeros) nos fuimos directo a la “capilla de los mártires” donde se encuentran las criptas de los 6 jesuitas que fueron masacrados con crueldad inhumana por miembros del ejercito en la madrugada del 16 de noviembre de 1989 en las afueras de su casa en el campus universitario. Sus nombres son Ignacio Ellacuría, Amado López, Joaquín López, Ignacio Martín-Baro, Segundo Montes y Juan Ramón Moreno; junto con ellos también fueron asesinadas dos mujeres que trabajaban con ellos.
Entramos al Centro Monseñor Romero en el que se encontraba una leyenda que decía: “Voz de los sin voz”. Al fondo había una escalera que con un letrero “Jardín de Rosas” nos dirigía a un lugar sagrado: el jardín donde quedaron los cuerpo sin vida de estos seis pensadores que dieron todo por aquel pueblo sin vistas de humanidad como el Siervo de Yahvé. Subimos y encontramos un lugarcito cercado delicadamente con muchos rosales plantados ahí. Fue una emoción que se congestionó en la garganta. Antes habíamos visto unos álbumes que contenían las evidencias de aquel acto crudelisimo. Ahí estaba aquel lugar santo con su pasto y sus rosales signos de la nueva vida que Dios saca de sus testigos. Al fondo una placa de mármol gris con los nombres que sin duda el Padre tiene en su corazón.
Después de un rato de intentar recrear la posible escena de muerte, intenté orar, sin embargo el torozón de mi garganta pedía salir sin más. En contra de mi baje por la misma escalera que de frente me conectó con la sala de las reliquias. Había ahí detalles personales de Monseñor Romero, de Rutilio Grande sj Jesuita asesinado el 12 de marzo de1 77 (yo tendría un poco más de 3 meses de nacido), de los 6 jesuitas de la UCA y de las mujeres. Estaban en una vitrina las últimas ropas que vestían cada uno, todavía con las marcas de sangre y con sus agujeros. En una de las vitrinas estaban pequeñas vasijas transparentes con pasto y restos de piel, cerebros, sangre de los mártires. En la repisa de Rutilio estaban su evangeliario con los agujeros de las balas, las ropas de sus acompañantes. ¿Qué pides de mi Señor? ¿Cómo vivir con miedo y al mismo tiempo sentirme llevado por tu Ruaj Santa? eran mis sentimientos. Contemplar aquellos sacramentos y acercarme a sus instrumentos diarios, sus fotos de juventud, sus calendarios que tenían marcados sus compromisos, sus documentos personales, pero sobre todo los signos de la violencia que mata y siguen matando a los hijos de Dios, fue como hermanarme, era al mismo tiempo una sensación que mezclaba miedo y devoción.
A Ellacuría lo había leído en sus trabajos sobre Xavier Zubiri su maestro y amigo. Y ahora estaba con Él no desde la razón sino desde la evidencia de su entrega. Y podría seguir intentando explicar lo que sucedía en mi, pero no se puede explicar del todo.
Regresamos de nuevo a la capilla y ahí sí le pedí a Ignacio Ellacuría que me compartiera de su pasión por el Reino y de su convicción de trabajar para que los crucificados bajen de la cruz.
Al salir rumbo al camión intenté escudriñar los pasillos para encontrar a Jon Sobrino (único sobreviviente de aquella noche puesto que él se encontraba fuera del país) a quien la Inquisición le ha notificado que su teología, sobre Jesús y sobre la misericordia, esa que a muchos nos despertó del “Sueño Dogmático” y que ha inspirado a otros tantos por el camino del Jesús de la historia, profeta itinerante y solidario con los sin poder, contiene errores doctrinales. No lo encontré. Me resistía a dejar aquel lugar para mi sagrado.
Comimos en la misma universidad en un jardincito ubicado en uno de los estacionamientos. A las 2: 45 nos retiramos rumbo a la casa de Monseñor Romero.
Segundo Impacto
Después de unos 15 minutos de camino, o menos, llegamos a lo que en San Salvador le llaman el “hospitalito”. El lugar donde Monseñor Oscar Arnulfo Romero decidió poner su residencia, un hospital de enfermos terminales. Ahí mismo a menos de 100 metros se encuentra la capilla donde también fue cobardemente asesinado un 24 de marzo de 1980.
A unos metros de la entrada principal de aquel lugar se encuentra la casa convertida hoy en museo. Inmediatamente antes de nada algunos de nosotros y nosotras nos dispusimos a hacer fila para entrar ahí. Después de una media hora de espera entramos a su casa que básicamente consta de tres cuartos y un baño. En ellos se encuentran exhibidas sus pertenencias: libros, fotos, detalles personales y hasta su licencia de motociclista. Ahí están sus ropas con las huellas de sangre y su alba y casulla con las que estaba revestido al momento de celebrar la misa donde fue ultimado.
Una muchacha que nos dio la bienvenida nos explicó que en su recamara las cosas estaban exactamente como él las dejó antes de morir. Lo que quedaba era guardar un silencio reverente y dejarse tocar por aquella expresión de amor de un pastor por su pueblo al estilo de Jesús Buen Pastor.
Había mucha gente dentro de casa y en los tres cuartitos la movilidad se hacía con dificultad. Mucha gente esperaba afuera su turno. Ahí se terminó la energía de mi cámara fotográfica y un sentimiento de enfado e impotencia me dominó –todavía quedaba la capilla-. Pero me hice el propósito de que mis ojos fungieran como un lente poderoso para que desde ahí llegaran al corazón todos los detalles y se imprimieran permanentemente. Y llegado el momento con mi resistencia hubo que dejar el lugar. Todo estaba en cristal, no había manera de llevarme algún sacramento. Todo se quedó en mi.
Nos encaminamos a la capilla donde perdió la vida aquel hombre de carácter mínimo que se dejó llevar por Dios y se convirtió en león a la hora de estar con su pueblo, de denunciar, de apoyar.
Había empezado una celebración, y por la gente presente y sin cámara, yo solo pude contemplar a distancia el altar donde cayó. Antes había visto una foto del P. Marins desde donde salió la bala y ahí estuve. Me dieron ganas de hacer como San Ignacio de Loyola un acto de presencia en el lugar donde murió para que en mi cuerpo se grabara aquello y me sintiera compañero y servidor del pueblo humilde como San Romero y como el mismo Jesús, no pude, solo me arrodille a distancia. Ahí me acordé que mi mamá encargó a Juan Pablo II mi ministerio el día en que murió, yo ahí mismo me puse en manos de Jesús y de su fiel discípulo. -“¡San Romero intercede por mi, para sea puesto con el Hijo siempre!”.
Nos encontramos a alguien que nos abrió la parte trasera de la capilla donde originalmente vivió Mons. Romero y donde muchas veces al sentirse muy amenazado se sentía más seguro. Era el lugar de jueves santo por la noche de Mons. Romero en muchas noches de su corto ministerio pastoral. Oscar Romero fue un hombre que sintió miedo, mucho miedo. El P. Cabarrus nos platicó después que al terminar algunas celebraciones él salía diciendo -“¡Ay padre ahora si, ahora si!”. Comprendía yo, que lo grande de estas vidas es que con todo y el miedo es la Ruaj Santa (Espíritu Santo) la que nos lleva a la profecía y al estar desde el lado de los preferidos de Dios.
Llegó el momento de marcharnos y mi resistencia seguía presente. Repasaba los detalles y los platicaba con Chukirawa (Begoña), con Ene, con Roberto, era una forma de mantener presente lo que quería se quedara para siempre en mi.
Tercer impacto
De ahí nos fuimos a un colegio de las Oblatas del Corazón de Jesús (en el PAF estan tres compañeras de esa congregación: Rut, Jacqueline y Melanie) donde pasaríamos la noche, dejaríamos nuestro equipaje y si había tiempo nos bañaríamos. Asi transcurrió y cerca de las 5:00 pm nos dispusimos a llegar a la plaza “Salvador del Mundo” donde iniciaría la marcha que nos llevaría a Catedral para compartir la Eucaristía en memoria de este santo latinoamericano.
Llegamos a dicha plaza, donde había un templete una maza regular de gente. No puedo negar que aquello me causó malestar, puesto que concluí que a 27 años del martirio la memoria se estaba perdiendo. Había un coro amenizando y algunas intervenciones que motivaban. Estuvimos como media hora y después de unas instrucciones sobre las modalidades de la marcha (a manera de vía crucis y sugiriéndonos algunas consignas) nos formamos para caminar con los presentes. Había gente de Guatemala, de Honduras, había gente con finta europea o anglosajóna y seguramente de otros lugares.
Aquella maza comenzó a movilizarse y a tomar forma de pueblo y al cabo de un ratito pude mirar hacia atrás y la sorpresa para mi fue que era muchísima gente congregada. Me vino una alegría y una devoción por aquel pueblo que no sabe perder amor por aquellos le les han querido hasta dar la vida.
En el camino caí en la cuenta de dos cosas: la primera, ROMERO VIVE y la segunda, aquella marcha no es de élites intelectuales, de gente de izquierda que ve en aquel a un camarada, ES CELEBRACIÓN DEL PUEBLO POBRE DE AMERICA LATINA Y DEL MUNDO.
Los pobres estaban ahí con su tez morena, con sus sombreros, con sus bolsas y morrales, con sus huaraches, con su vestido pobre, con sus cuadros de Romero, con sus pancartas y con sus voces que gritaban fuertemente -“¡ROMERO VIVE, VIVE, LA LUCHA SIGUE, SIGUE!”.
Las consignas que se gritaban y se repetían eran frases de San Romero tomadas de sus homilías. –“¡El verdadero éxito de la Iglesia/ es que el pobre la sienta como suya!” –“¡La gloria de Dios/ es que el pobre viva!”, –“¡El pastor tiene que estar/ donde está el sufrimiento!”, –“¡Si me matan,/ resucitaré en el pueblo salvadoreño!”. Había carros de sonido que compartía la primera frase de la consigna y luego el pueblo la concluía con fuerza y con amor. Y había momentos en los que era tanta la gente que el sonido no llegaba y algunos se hacían responsables de dirigir el grito popular: –“¡Romero vive, vive. La lucha sigue, sigue!”. Así caminamos dos horas por la calzada Roosevelt hasta llegar a catedral. Fue un poco cansado por la velocidad del paso que llevó la marcha. Todos teníamos nuestra imagen de Romero que elevábamos a cada rato para expresar nuestra presencia afectiva con él y con su pueblo. Yo mismo inicié algunas veces la porra. Fue la memoria contagiosa de la gente que sigue amando a aquel que se convirtió en “Voz de los sin voz”.
CONTINUARA....