15 abril 2007

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TIOX UK’U’X KAJ UK’U’XULEW

Nos pidieron realizar una cosecha de las impresiones y vivencias internas que tuvimos en la experiencia de Semana Santa en las comunidades indígenas a donde fuimos asignados por el ICE. Aprovecho para asentarlo digitalmente y poderlo así compartir a mis Cuachalal (hermanos en K’iche idioma de los mayas de Guatemala).

Realmente muchas cosas las traigo cargando en la memoria del corazón aún sin digerirlas del todo, trataré de ser ordenado para que puedan sentir conmigo esta revolución que surge por el enfrentamiento con estas realidades.

Salida rumbo a Santa María Chiquimula en el departamento de Totonicapán

Aproximadamente salimos a las 6:30 am. del CEFAS (nuestra casa) para la central que no llevaría a aquel lugar del Guatemala profundo. Llegamos a las 7:30 y esperamos una hora para que un bus nos llevara y nos dejara en Cuatro Caminos. El recorrido duró mas de tres horas y ahí cogimos un micro que nos dejo a una cuadra de la Parroquia de la Natividad de la Virgen María que pertenece a la Arquidiócesis de los Altos con sede en Quetzaltenango (mejor conocido como Xela). Minutos después de la una de la tarde estábamos en los pasillos de lo que se llama el convento. Había un funeral y el párroco estaba ahí acompañando al pueblo. De afuera se escuchaba el coro con guitarrón, vigüela y acordeón con cantos en K’iche y de pronto escuché uno conocido ... -¡la paz, la paz es fruto de la justicia... ! La parroquia de Santa María es atendida por la comunidad Jesuita desde hace 20 años y la componen por Jorge Sarsaneda sj panameño compañero de estudios filosóficos de Ernesto Camou Healy y de la calamidad de Rubén Aguilar ex vocero-traductor de la presidencia en el sexenio pasado. También Ricardo Falla sj el superior de la comunidad guatemalteco que acompañó a los indígenas en los años terribles de las masacres de los 80’s cometidas por el ejercito en contra de las comunidades indígenas. También José Miguel un español de la provincia de Loyola pero radicado en América Latina desde hace muchos años, a él solo lo saludamos unos minutos antes del regreso a Guate. Y por último el hermano Gonzalo sj quien es el director encargado de un internado-colegio para los niños indígenas de escasos recursos que intentan terminar sus estudios básicos y donde aprenden un oficio.

Nos hospedaron en el colegio donde pudimos descansar un poco del viaje que la mitad la pasé parado y por la noche algunos detalles del lugar de misión que tocaría a cada uno y una. Fuimos un equipazo de tres: Itziar, Enedina y un servilleta. Itzy salía a una comunidad llamada Santa Isabel, Enedina hacia la comunidad de Lourdes y yo estaría en dos comunidades Xecajá (se pronuncia Checajá) de domingo a martes y luego a Casa Blanca de miércoles a domingo.

Rumbo a Xecaja

El primero en salir fui yo, por la mañana del domingo Julio un compañero comprometido en la pastoral parroquial, laico casado parte del consejo parroquial me llevó hacia Xecajá. Salimos a las 6:30 a.m. y el viaje duró hacia el interior de la montaña duró alrededor de 40 minutos entre hermosos paisajes boscosos (imagínense algo así como lo más alto de sierra de Cananea que dura unos 70 minutos, solo que aquí es todo el país) barrancos, curvas de terracería muy pronunciadas y un fresco muy agradable.

En mi interior algo se movía tremendamente: por una parte la incertidumbre que es mi eterna compañera y por otra parte la resistencia interna. El sentimiento de soledad, de indigencia, algo así como de orfandad me empezaba a invadir. En un momento el sueño me empezaba a ganar.

En Fátima de Xecaja

Llegamos primero a Casa Blanca a recoger a Pedro Carrillo el catequista de una de las comunidades y luego a seguirle a Fátima de Xecajá. Llegamos unos 20 minutos después de las 7:00am y ya se encontraban algunos hermanos en el oratorio preparando algunos detalles de la celebración del Domingo de Ramos, los ramos, el altar maya, y las bancas y las sillas. Un servidor colaboró un poco. Después me llevaron el desayuno a un cuartito en donde me hospedé enseguida del oratorio. El sueño me empezó a agarrar con fuerza y decidí no hacerle caso. Quizás era parte de la desolación que comenzaba a sentir, era güeva pero no solamente física sino metafísica...

Empezó la celebración minutos después de las 9:00 a.m. en un parajito como a medio kilómetro de la capilla. Ahí empezaban a reunirse muchos cuachalal ixoquip y achijab (hermanas y hermanos) de tres comunidades que celebrarían juntos los días de la semana mayor: de Xecaja y dos comunidades de Casa Blanca. Ahí conocí a los coordinadores de las comunidades, a los catequistas y a los ministros.

Después de unas palabras en K’iche de parte de Pedro Carrillo comenzamos a andar en dos filas cada uno con sus ramos. Fue una sensación que empezaba a sanar mis heridas. Acompañara a aquel pueblo indígena era algo extremadamente novedoso para mi y me sentía compañero y pastor, extranjero bien recibido. Recibía sonrisas y miradas curiosas. Algo bonito comenzaba a pasarme también.

Llegamos al oratorio y de inmediato nos arrodillamos ante el altar maya ubicado delante del altar cristiano y comenzó el acto penitencial hecho por mujeres y por hombres de la comunidad. Después las lecturas en K’iche. Y el evangelio largísimo. La celebración terminó después de las 11:00 a.m. Ahí salí afuera a saludar y conocer a las hermanas que portaban sus trajes típicos de aquella comunidad y algunos hermanos. Una compañera me regaló un elote cocido para que lo comiera junto con los demás.

Adentro en la casita se reunieron los principales para afinar los detalles de las demás celebraciones y de mi cambio a Casa Blanca el día miércoles.

Al rato se fueron casi todos y junto con el coordinador y una catequista, nos dispusimos a esperar la comida. Ahí sentía en todo su apogeo un sueñazo. Veía la hora y era consciente de que los minutos pasaban lentamente en aquel lugar y me invadió una angustia al pensar en el regreso... algo así me ha pasado en otros momentos. Era la resistencia a lo nuevo, la incertidumbre, la seguridad de que lo que iba a vivir era fuerte. Era una treta del mal espíritu que me agarró durante tres días, claro junto con las luces que iba alcanzando de lo que me pasaba y con las estrategias que pude realizar: aceptar y acoger lo que estaba sintiendo, vivir a mayormente mi dimensión del “aquí y ahora” (aquí estoy en este mismo instante y no hay más) realizar acciones opuestas a lo que me sugería el mal espíritu, todo esto me dispuso también para captar las mociones de Dios encubadas en muchas experiencias vividas.

Casi nunca estuve solo, siempre hubo compañía, para comer, para recorrer el lugar y hasta para dormir. En Xecajá no comí en las casas a pesar de mi petición y tampoco pude dormir solo en aquel cuartito. Solo tenía un momentito en la mañana donde me ponía en manos de Dios y a la hora de la siesta que se volvió casi sagrada para mí. A pesar de eso la angustia de que el tiempo pasaba lo más lento que podía no conseguía apagarla. Era que extrañaba a mi familia, a mis amigos, a mis nuevos amigos del PAF, eran muchas cosas. Pero también, y aquí no quiero hacerme tonto y quiero compartirlo con ustedes, era la extremada pobreza de los habitantes de aquel lugar. Yo provengo de una familia que ha sufrido la pobreza: hemos vivido en 8 casas diferentes siempre de renta, nos hemos bañado a botezazos, hemos dormido los 7 en un solo cuarto grande, no siempre hemos tenido automóvil, no siempre tuvimos teléfono, hemos sufrido los efectos de la enfermedad del alcoholismo, no siempre estrenamos ropa, etc. Pero aquella pobreza jamás la había observado y sentido.

Las casas de la mayoría en aquel lugar se componen básicamente de tres cuartos la cocina, el cuarto para dormir y el baño de hoyo. Todos sin conexión interior sino organizados para tener un patio central a la intemperie (espero que me hayan entendido). Es una comunidad que vive del maíz, cada familia tiene sus parcelas a los barrancos de la montaña, donde se han talado los pinos para poder hacer unos surcos como gradas de estadio de fútbol y ahí sembrar la milpa (el maíz). La época de siembra comienza en el tiempo de las lluvias (el invierno le llaman ellos) en mayo y la cosecha después de octubre. Cada familia siembra lo suficiente para todo el año y guardan las mazorcas para realizar su alimento básico: las tortillas y los tamales de maiz. Y algunos siembran el frijol. Cuando en México se vino la crisis de la tortilla (alza de precios hasta por $20) nos enteramos Claudio y yo que una familia del centro y sur del país consumían varios kilos por persona y por familia. En estas comunidades de la sierra guatemalteca pude comprobar lo anterior: en definitiva su alimento básico es el maíz.

Todos usan leña para los fogones que en algunas casas están en el centro de la cocina sin ningún tipo de chimenea así que el humo sale por todas partes del cuarto, en otras casas tienen una estufa con calentadores de metal hecha de adobe y con un tubo. Ya comienza a notarse en algunos puntos la ausencia de los pinares debido al desmonte para la siembra y la tala indiscriminada de algunos “mozos” que viven de hacer leña y venderla.

Los caminos hacia aquellos lugares son algo regulares, todo parece indicar que ahora que comiencen las lluvias todo aquello se pondrá difícil en cuando a comunicaciones se refiere.

Las casas en los poblados están dispersas ya que cada conjunto de habitaciones corresponde a la cercanía a la milpa.

Hay un hecho que quisiera compartirlo con mucho respeto y sumo cuidado para no crear prejuicio o para no dar sensación de estar emitiendo una acusación. Estos pueblos tienen serias dificultades para acceder al beneficio del agua potable, según informaciones, en algunos poblados el agua hay que recogerla a distancias muy largas. En Xecajá el agua llega por tubería sin embargo no hay seguridad de que esta este libre de contaminación. Lo que notamos es que hay serios problemas con la higiene corporal y habitacional. Con esto no quiero asegurar que esto pertenece a la identidad indígena sino a una situación de pueblo empobrecido y olvidado. Con toda seguridad esto lo digo desde mi propia identidad urbana donde la higiene mínima se ha internalizado desde pequeños.

Algunas letrinas carecen de fosa y los desechos se van por un canalito que recorre la milpa familiar.

La globalización ha hecho presencia en aquellos poblados y se ven productos electrónicos pero también consumibles con envolturas desechables los cuales al no existir la cultura del relleno sanitario también vagan por calles y en un sector de las milpas.

Visita a los enfermos..

Una de las tareas sugeridas por mi y bien aceptada por aquellos hermanos fue la de visitar a los enfermos de las comunidades.

El domingo por la tarde, todo el lunes y el martes por la mañana recorrimos gran parte del poblado para encontrarnos con una de las realidades más tremendas para mi: los enfermos-pobres entren los pobres.

Visitamos a Elena que tenía un dolor muy fuerte en el estomago, una bola que se movía constantemente. Visitamos a Francisco con cáncer en la cara, visitamos a Raúl que también tenía varios días con dolor abdominal, visitamos a José un hermano que no es católico que tenía varios días con una tos de la que no se podía recuperar, etc. A estas casas volvimos y a otras más...

Las condiciones de compañía e higiene en la que viven estos hermanos hacen pedazos toda seguridad de que alguien se puede merecer esto. Básicamente hacíamos compañía un buen rato, hacíamos oración...

En una ocasión volvimos varios compañeros y cada quien llevó algo para compartir a la familia, desde medio saco de granos de maíz hasta masa preparada para las tortillas, y algo de dinero.

El casorio

Al repasar los hermanos que nos faltaban, Santiago el catequista que me acompañaba me sugirió ir a visitar a un par de viejitos que en los últimos meses habían perdido un hijo, al parecer asesinado en EUA. El martes tempranito nos pusimos en camino hacia su casa. Hicimos 40 minutos de recorrido en la montaña hasta que encontramos un riíto y más adelante un conjunto de habitaciones. Ahí estaban un par de señores muy mayores. Don Diego estaba afuera de la cocina sentado en el suelo, en el momento de nuestra llegada María salió de ahí como si el Señor le hubiera avisado que llegábamos.

Santiago les saludo en K’iché y yo solo de mano. Inmediatamente nos dieron paso al cuartito donde tenían las fotos de los hijos y las imágenes de los santos, nos dieron un silla. Como hicimos en otras ocasiones, Santiago empezó a platicar un poco con ellos y después vendría mi momento con su servicio de traducción. En el camino había pensado en hacer un ejercicio de duelo que había aprendido en el PAF, no sabía exactamente como hacerlo. Los viejitos se veían tranquilos hasta que ella comenzó a hablar con lágrimas en los ojos. Santiago seguía ofreciendo palabras y yo sin saber que decían. En un momento noté como el catequista comenzaba en sus palabras a exaltarse –los gestos dicen mucho- como a dar consejos. Fue cuando le pregunté que estaba diciéndoles, que decían ellos. A eso él me contestó que les estaba aconsejando que se casaran, que arreglaran su vida para que pudieran participar de la comunión y que estuvieran bien con Dios. - ¡mmm!- dije yo a mis adentros -¡vinimos a consolar no a moralizar!- Y en cuestión de segundos razone y sentí sus palabras. -¡si ellos quieren yo los puedo casar ahorita!- el catequista con cara de sorpresa me preguntó -¿aquí? -¡si! Aquí y ahorita!! dije yo –pregúnteles. En K’iché Santiago le hizo la propuesta a María. La reacción fue la misma sorpresa solo que con un dejo de alegría. –dígale que le pregunte al Señor si quiere él también. Ella le dijo al viejito y este también mantuvo su sorpresa en la cara. –dígale que solo necesito agua. La viejita que al recibirnos daba muestras para caminar ahora estaba casi corriendo. Llegó con un bandejita a lo que hice algunas señales de que le bendecía. Después de dar algunas instrucciones de la validez (vaya platica prematrimonial jajaja) del matrimonio en ese caso: había un dos testigos y ellos querían.

Nos arrodillamos un momento para pedir al Corazón del cielo (Uk’u’x Kaj) y Corazón de la Tierra (Uk’u’x Ulew) su presencia y su bendición, primero Santiago y después yo. Nos pusimos de pié y comenzó la ceremonia. Como pude les fui diciendo una formulita sencilla de consentimiento, agua bendita en sus manos y luego en toda la casa. Nos dimos un abrazo y Santiago tenía lágrimas en los ojos. Los novios (jajaja) desbordaban una alegría que poco vemos ordinariamente. Nos sentamos y comenzó la pachanga. María nos trajo un panezote de trigo que según la costumbre se come el jueves santo y un vaso de atol de maíz.

Estuvimos un buen rato, ahí platicando hasta que llegó la hora de retirarnos. El catequista les invitó a la misa en la tarde. -¡¿Cómo chingados van a poder ir?!- me dije yo a mis adentros. Llegamos a la casa vecina donde vivía don Miguel hermano del novio saludamos, hicimos oración y nos retiramos. Ya era casi medio día.

Por la tarde me habían pedido que hubiera misa a lo cual yo accedí. Y la sorpresota que me llevo de ver al par de viejitos ahí en la segunda banca con la comunidad.

Quiero aclarar que, por lo menos, interiormente (quisiera que canónicamente también) no tengo el prejuicio del deber de matrimoniarse para encontrar la gracia. Dios se va comunicando me muchas formas. Lo que celebramos en aquel rinconcito de la montaña fue quitarles a los hermanos el puñal que a veces con muy buena intención pero con muy mala ocasión se entierra. Espero que a estos viejitos nadie les aconseje y si se les consuele.

Las pulgas de mi petate...

Unos minutos antes de las 4:00p.m. casi para comenzar la Eucaristía, el cielo comenzó a nublarse y las primeras gotas llegaron acompañadas de granizo, fue una lluvia tupida y permanente, no paró hasta entrada ya la noche. Después de la misa, estuvimos compartiendo, ya era el último día de estar, a la mañana siguiente muy temprano me iría a Casa Blanca. Cenamos frijoles con un poco de queso. Y casi a las 9:00 p.m. a dormir para estar parados a la hora señalada.

La noche humeda hizo que el ambiente se enfriara. Encima de mi bolsa de dormir puse una cobija que me habían hecho el favor de prestarme. Las primeras 4 horas fueron tranquilas hasta que después de ellas no hice mas que despertarme a cada rato y a las tres y media de la madrugada ya no pude dormir. Unos bichitos rondaban por todo mi cuerpo provocando la sensibilidad epidérmica: cosquillitas y unas ganas de rascarme semejantes a las picaduras de zancudos. ERAN LAS CHINGADAS PULGAS.

Que noche tan terrible pasé. Era mi primer encuentro cercano con estos animalitos de Dios, ahora me tocaba como perrita parida darles de comer. Nunca atiné que hacer, si me descobijaba el frío vendría a cobrarme su factura, si me paraba al día siguiente tendría el cansancio propio por no dormir suficiente (recuérdese que una treta era un constante sueño). Adentro las PINCHES PULGAS jugaban un puto partido de fútbol sin arbitro unas venían otras iban y ¡gooooooooool! anotación en la pantorrilla, otra en el muslo, otra en el tobillo, otra en la nalga, otra en la ingle, otra en la espalda y otra mas en la oreja. -¡Dios mío, Dios mío por que chingados me has abandonado! Hasta que a las 5:00 am pude decir un momento -¡en tus manos encomiendo mi espíritu! ¡Hijas de su pinche madre!

A las 6:00 am vendrían los hermanos de Casa Blanca por mí y debía estar en pie antes. Yo me levanté con mucho coraje, pero no sabían con quien estar enojado. La sensación de la comezón y de traerlas conmigo no se me ha quitado hasta ahora. ¿Quién era el objeto directo de mi coraje? No lo supe... ¿con las pulgas? ¿con la cobija? ¿con quien me prestó su cobija? ¿con Dios? ¿la pobreza? Me dieron ganas de mandar todo al carajo. Después pensé 40 % de la humanidad vive estas condiciones indignas y ahora me tocaba compartir un detallito de lo que ellos sufren.

Llegaron por mi y las sensaciones internas y externas no cesaban. Llegamos a la nueva comunidad y en el desayuno pregunté algún remedio para las picaduras. Me hicieron algunas preguntas. Y la conclusión fue. -¡Usted las trae en su ropa! Hay que asolear todo y lavar. Me ofrecieron una pomadita.

Al quitarme una sudadera relució una que pudieron quitarme. Me la enseñaron ¡Hija de tu pinche madre! le dije internamente. Ahí estaba con cara de Martha Sahagún cuando quería ser candidata: después de chupar sangre todavía quería más, con una cara de felicidad que me enojó todavía más. En un brazo me conté 38 piquetes y en una pierna más de 50 sin contar los piquetes de las otras extremidades y de las partes antes señaladas. Todas las noches fui fiel a un ritual casi obsesivo: quitarme la ropa fuera del cuarto que me asignaron, esta vez, en una casa, para que se asoleara al día siguiente, rascarme y rascarme y ofrecer las caminatas diurnas de mis amigas por las misiones en el África. Muchas cosas se removieron esos días.


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