04 febrero 2013

Sobre las vías de la vida: LA FE DEL CARBONERO, MI VERSIÓN

                                                                                              SOBRE LAS VIAS DE LA VIDA
                                                                                                   P. Miguel Angel Serrano Gerardo

                      LA FE DEL CARBONERO, MI VERSIÓN 
                     Llegado el sabio profesor de teología devenido en misionero a aquellas gentes de fe muy rudimentaria se dispuso a catequizarles para que adquirieran las formas adecuadas para hablar de Dios e invocarle de la manera correcta. Así, pronto cayó en la cuenta de la buena disposición de sus sencillos oyentes para recibir la palabra del insigne predicador. Entre ellos, el más interesado era un humilde hombre que vivía en el bosque y vivía de hacer carbón, quien desde el primer día asistió a las clases de fe de aquel experto en las cosas de Dios. -¡Dios es infinito, omnipotente, omnisciente y sempiterno!- Indicaba a los nativos que escuchaban atentos y repetían confiados en el saber de aquel sabio de canas y gruesos lentes. Al día siguiente de aquella clase volvió aquel carbonero a pedir que le repitiese aquella formula que definía correctamente a Dios. 

                  El misionero con alegría se la ofreció y pidió que al hombre la repitiera como garantía de memorización. Así cada vez que se encontró con el hombre de Dios le pidió le repitiera la formula: -Dios es infinito ¿y qué más? La respuesta del misionero fue tornándose de la alegre disposición poco a poco al enfado hacia el carbonero y a las gentes que parecían no tener intelecto suficiente. Hasta llegar un día al grado de responder con maltrato lo cual causó un fuerte sentimiento de culpa y tristeza de parte de los pobladores de aquel lugar. 
      
                Como intento de ofrecer un gesto de reparación, las gentes invitaron al sabio a la casa del carbonero en medio el bosque, el domingo después de Misa, para comer con ellos. Aceptando de mala gana el misionero creyó confirmar la poca disposición para las cosas importantes de sus catequizandos y su fácil derivación a las cosas mundanas. Al llegar al lugar arribaban junto con él, los otros pobladores con sus recipientes con la comida preparada. Listas estaban ya las mesas para colocar ahí las delicias que serían compartidas por todos. 

                        El carbonero, acaso el más humilde de todos, presidía la comida. Y al estar ya todos presentes, él les pidió que se dieran un abrazo de bienvenida, luego se tomasen de la mano, cerraran sus ojos, y se arrodillaran, que escucharan los sonidos del bosque, para que luego atendieran a la voz de su interior. El misionero estaba pasmado al contemplar lo que pasaba frente a sus ojos en aquel lugar. Miraba y seguía una a una las indicaciones del carbonero y la disposición de aquella gente sencilla a sus indicaciones. Al terminar aquella especie de oración en silencio les pidió que cada uno bendijera a los demás uno por uno y después de aquel ritual comenzaron a repartir la comida, primero los niños, luego las mujeres embarazadas, después los ancianos y finalmente todos los demás. 

                         Cuando se terminó aquella comida, el misionero tenía ya un nudo en su garganta que explotó en llanto cuando los nativos le pidieron perdón por su torpeza y su poca inteligencia, para después ponerse de pié y recitar juntos la fórmula propuesta: - ¡Dios es infinito! ¡Omnipotente! Iban gritando fuertemente cada concepto. Todavía no terminaban aquel credo cuando el sabio universitario, ya visiblemente conmovido por sus lágrimas detrás de sus gruesos anteojos, les detuvo con un ¡basta! como si fuese un gemido. A lo que los vecinos solo atinaron a bajar su mirada como si hubiesen cometido un error más. -¡Ahora repitan conmigo!- les indicó el misionero sollozante. -Dios es Amor, Dios es nuestro Padre, Dios nos hace hermanos. 

                           El carbonero se dispuso a besar la mano del predicador como signo de agradecimiento pero él se lo impidió y acto seguido se dispuso a bendecirles uno por uno dando un beso en su frente. Aquel hombre de Dios había recibido su mejor clase de teología de parte del carbonero y sus vecinos. La fe de aquellos y aquellas humildes era vivida en una fraternidad que los conceptos del buen hombre de ciencia divina no habían considerado. Finalmente digo, nunca será mejor que las personas no profundicen en su fe sino que si los conceptos nos los llevan a hacer de su vida una explosión de bondad, de libertad, de amor, entonces los tomos más gordos y complicados de teología salen sobrando.

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